¿Qué meta? ¿Qué camino?
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
Todo hombre consciente, reflexivo se propone una meta y escoge un camino para llegar a ella. ¿Qué sería del empresario sin unos planes objetivos para su empresa? ¿Qué sería del investigador sin programa?¿Qué sería de un político sin proyecto? Y el pintor, el poeta, el escritor, el enamorado sin un motivo que oriente su inspiración.
Cuando un hombre fija su camino no hace sino responder consciente o inconscientemente a su vocación. Se dirige a lo que se siente llamado. Pero es necesaria esta llamada para ponerse en marcha.
Cristo sintió esa llamada, marcó el camino y lo recorrió hasta el final sin desfallecer. San Lucas nos presenta en su evangelio a Cristo como un camino. Cristo lo recorre constantemente para alcanzar la gran utopía del Reino de Dios. Un Reino que se hace diariamente, en cada acontecimiento que sucede en el trascurso del camino. En Lucas, Cristo va siempre “camino de Jerusalén”. En ese lugar se desarrollará el acontecimiento más importante de la humanidad, la Redención del hombre. Es la meta de Cristo. Es la culminación de su obra. Es el fundamento de su vocación. Camina hacia la entrega, hacia el sacrificio, hacia la oblación, hacia la muerte. Esa es la vocación, morir por todos. La vida de un solo justo, para dar vida al mundo.
San Lucas describe espléndidamente ese camino de Cristo en su Evangelio. En la fidelidad a su vocación, nos ha salvado. Pero nos ha dejado con mucha claridad las señales del camino que debemos recorrer los cristianos. Si el cristiano es discípulo de Cristo, debe recorrer el camino que Cristo recorrió. Querer su misma meta. Y usar los mismos medios que Él usó para llegar al final del plan.
Seguir ese camino sugiere una gran decisión y un gran esfuerzo. Si en nuestra vida adulta hemos elegido a Cristo de modo reflexivo, hemos elegido ser cristianos, ¿Lo hemos elegido para toda la vida, en la alegría, en la tristeza, en el dolor, en la dicha? Para ese camino de fidelidad necesitamos, a fin de no desfallecer, el oxígeno de la oración. Solo así, podremos llegar a la cumbre. Hoy en este mundo de la velocidad, del ruido, de la era tecnológica, de la arrogancia, del hedonismo, tenemos mayor necesidad de una vida de oración más profunda y fuerte. Debemos orar insistentemente. Hablar con Dios para pedirle hasta de modo “impertinente” que nos de su mano, que nos haga oír su voz, que viva cerca de nosotros.
Debemos alejarnos de la tentación diaria de la indiferencia, de la abulia, de la vida acomodaticia y fácil que buscamos tantas veces. Jesús espera que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso, de tropiezo o frustración. Su deseo es que seamos hombres y mujeres de oración constante, en la que se clama ante la vida: justicia, solidaridad, paz. Más allá del ruido, de la prisa, de la competitividad, de los logros, fracasos, no olvidemos que en la intimidad de nuestro ser, Dios está esperando que le dediquemos unos minutos de nuestra vida para que le digamos con absoluta sencillez lo que pensamos, nuestros anhelos, nuestros temores, sufrimientos y gozos. Porque eso es orar; y cuando se ora el camino se hace más corto y placentero.
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