sábado, 18 de febrero de 2012

SIENTO TU DOLOR, EL CUAL ES MI DOLOR.......



Siento tu dolor, el cual es mi dolor…….



Siento tu dolor, agudo en mis ojos.
Siento tu dolor, que corre por mis venas.
Siento el dolor que esconde tu mirada.
Siento tu dolor y brotan lágrimas secas
Buscando tú presencia
y sólo encontrarán tu ausencia.
Siento tu dolor y escucho tus palabras.
Siento tu dolor y el frío que desgarra.
Siento tu dolor y sigo tu experiencia.
Siento tu dolor y apago mi mirada,
mis ojos más se cierran
para jamás perder tu esencia.
Veo tu rostro sin conocerlo,
siento el vacío en mis entrañas,
somos dos almas
en la distancia y en soledad.
Cierra tus ojos, escucha mi voz,
estoy contigo y no detendré
el grito angustiado
por denunciar tu soledad.
Me hiere tu soledad.
Siento tu dolor, mi canto te acompaña.
Siento tu dolor, disfrazarás el llanto.
Siento tu dolor, tú muestras la sonrisa.
Siento tu dolor, compartiré tu cruz,
que es la misma que ayer,
que debes soportar con fuerza.
Estar junto a ti me ha hecho cambiar,
volver a empezar, saber esperar,
dar sombra a mis miedos,
tirarme de bruces al sol.
Y tu dolor me ha hecho cambiar,
estar cerca de ti, estar cerca de Dios,
curar mis heridas, tirarme de bruces al sol
Saber que estás ahí, reanima soledades.

viernes, 10 de febrero de 2012

El compromiso Político del cristiano


           
EL COMPROMISO POLÍTICO DEL CRISTIANO
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda



                 Mi Reino no es de este mundo (Jn 18,36)  ¿Qué quiso decirnos Jesús con estas palabras?  Se han dado tantas y diversas interpretaciones.  Pero, ¿qué entendemos nosotros,  cristianos católicos, al  cucharlas?
            El mensaje que nos trae Jesús es ante todo un mensaje de amor y de esperanza.  Un mensaje de apertura a un más allá, infinito e inconmensurable,  cuyo resplandor, los años, no le han robado el sentido y el eco comprometedor con el que Jesús lo pronunció. Poseen un autentico sentido y contenido en la vida de nosotros los cristianos de hoy. Estas mismas palabras de Jesús,  se nos presentan como la gran oportunidad de hacer algo por Aquel que todo lo hizo por nosotros, entregar su vida en la cruz como expresión de Amor.

            Y ¿qué podemos hacer por Él? Se nos juzgará por lo que hemos hecho por los hombres, por los pequeños de este mundo.  Por cada semejante nuestro “por el cual ha muerto Jesucristo” (1 Cor 9, 11).  Es palabra de Jesús.  La ofrenda del cristiano a Jesucristo a través de sus hermanos es algo vivo y por tanto multicolor y multiforme, como son los caracteres  y los temperamentos de los hombres.  Desde la Santísima Madre de Jesús  hasta el cristiano más reciente de nuestros días, la diversidad de la entrega a los hombres no cesa de enriquecerse con nuevas variedades.  La  cual más sincera, más ingeniosa, más sensata, más total, posee  un denominador común a todas: “ofrenda a Jesucristo”.  Si ésta falta, la entrega, sea cual sea, no tiene sentido ni sabor cristiano.  En esta “ofrenda a Jesucristo”, lo único que cuenta es su calidad, no su forma externa.  La ofrenda en sí es secundaria.

A algunos los llama concretar su ofrenda en la oración y en el culto.  A otros a cuidar de los enfermos, a enseñar, a predicar, a redimir esclavos, a auxiliar a los leprosos, a profetizar.  De cualquier  forma que sea, digamos con San Pablo, lo importante, lo único importante es que Cristo sea glorificado en esta ofrenda.  Entonces, ¿la política es campo del cristiano?  Política en el sentido histórico de modo de vivir de una comunidad grande o pequeña, ¿por qué no?

Estaba hambriento… estaba sediento…  estaba desnudo… estaba enfermo… estaba encarcelado… y me ayudasteis.  Y la ayuda, no fue sólo una esperanza espiritual.  Está bien claro.  Me disteis de comer… de beber… me  visitasteis.  Luego el cristiano no puede sentirse indiferente en el gobierno de los pueblos, en la suerte de las muchedumbres de pobres  el cristiano no puede sentirse indiferente ante la explotación del hombre por el hombre, ante la injusticia social, ante el racismo, y sobre todo, ante los gobiernos que envenenan el alma de sus gobernados para empobrecer su dignidad humana y manejarlos más fácilmente a su antojo.

En el compromiso del cristiano en la acción cívica hay tres notas importantísimas que resaltar, y que, ellas solas, colorean su actividad y entrega.

La primera, y la más importante, es que el cristiano hace lo que hace porque ve en sus hermanos, los hombres, la imagen de Jesús.  Él y sólo Él representa el móvil inicial y el fin de su entrega.  No defiende teorías ni banderas.  Ama al que le amó y lo hace a través de los hombres.  Las consecuencias prácticas de este espíritu de servicio son continuas y definidoras.

            La segunda está en la parábola evangélica de los talentos y en la otra que empleó Jesús para explicar el sentido de la palabra “prójimo”.  Vamos  a detenernos un momento en este tema.  La politización de las masas está muy de moda actualmente.  El mensaje de Jesús nunca ha podido ser calificado como  demagógico.   Nada menos demagógico que los propósitos que se escucharon.  Porque la esencia del mensaje evangélico es una llamada personal.  Muy pocos cristianos están llamados a misiones públicas, universales, nacionales.  Hay algunos, los que recibieron diez talentos, y estarán obligados a dar cuenta a su Señor de cómo los hicieron rentables.  Todos estamos llamados a ver en nuestro prójimo a Jesús.  Todos hemos recibido un talento al menos.  Y de éste tendremos que dar cuenta a nuestro Señor.  Todos estamos llamados a ser luz del mundo.  Unos en el fondo de su austera celda, en un pobre reclinatorio de vieja madera, vestidos de toscos hábitos.  Otros en la cumbre de la sociedad, entre ostentaciones de esplendor y grandeza.  Entre unos y otros, una muchedumbre inmensa intermedia.  Pero todos “luz” reflejada del que es “Luz del mundo”.  Este es el talento que tenemos que hacer fructificar para que a la hora de las cuentas, nuestro Amo y Señor, no nos arroje de su presencia.  Un talento al menos que hemos recibido, seguro.  Trabajemos con él.  Si alguno siente que Dios le fio cinco o diez, que dé gracias a Dios, que se ponga en sus manos y suba a lo alto de la montaña para que su luz se difunda más lejos.

            La tercera nota específica, y no la menos importante, está implícita en la idea de que el cristiano es un testigo vivo de Jesús.  En consecuencia, nuestro testimonio “al dar”, al procurar  el bienestar de los demás, ha de ser no sólo dar por Jesucristo, como decíamos más arriba, sino un “dar” de Jesucristo.  No es que el pan, o la capa, o el agua que da el cristiano tengan que ser diferente de la que da un no cristiano, es algo mucho más importante.  Somos testimonio, testigos de Jesucristo.  Por tanto nuestro comportamiento ha de seguir su línea, su diseño, su figura.  Dos pasos importantes en ellos.

            El primero “dar” sin quitar nada.  Muchos de los revolucionarios teóricos o prácticos de nuestros días dieron (o pretendieron dar) quitando.  Y quitaron lo más rico: lo que da el Evangelio.  Sí que proclaman la repartición de riquezas, las mejores condiciones de trabajo, la mayor justicia social, pero al mismo tiempo roban al hombre lo más querido y esencial en su vida de hombres: Dios, la familia, la bondad, la dignidad humana.  Muy caro les sale a estos pequeños recoger el pan final que les brindan esas manos llenas de pretensión y mentira.  A final de cuentas tienen más pan, quizás, pero con el cuello sucio.  Pan sin sentir el amor del buen Padre que les dio la vida, pan sin esperanza del mañana, pan manchado de odio a otros hermanos, de envidias, de deseos de venganza.  Están empobrecidos.

            El estilo del cristiano no puede parecerse a éste.  Su acción social o política debe estar impregnada de la personalidad de Jesús.  Dar, dar, dar, pero sin quitar nada.  Dar con la bondad del Maestro.  Dar con la mansedumbre con que lo haría El.  Dar no sólo lo justo, sino más, sin rebajar a los más pobres, sin hacerse levantar estatuas ni besar las manos, dar como se lo daríamos a Jesús.

            El segundo paso es dar pan y algo más.  Del mismo Maestro que recibimos la orden de “dar” son estas palabras: “No sólo de pan vive el hombre…”.  Tenemos en nuestro bagaje de cristianos algo muy superior al pan.  Algo que debe acompañar al pan pero con un valor más nutritivo mucho más elevado.  Es el amor  de Cristo.  Dar con amor de Cristo y dar amor de Cristo.

            El que da un pedazo de pan tirándolo a los pies del mendigo, da pan pero no da amor.  El que acerca el pan a las manos temblorosas del necesitado y cura sus llagas, como lo hicieron tantos cristianos, éste dio pan, amor de Cristo y amor a Cristo.  “Tuve hambre y me disteis de comer…”.  Es sólo este último el que ha dado de verdad un alimento que sofoca el hambre del ser humano llamado a ser hijo de Dios y por el que Jesucristo murió.  Recordemos las palabras de Jesús a la mujer samaritana. “El que beba del agua que yo le daré, ya no tendrá más sed”.  Este es el alimento que Jesús daría.  ¿Y no somos nosotros sus seguidores e imitadores, tanto en el campo privado como en el campo social o político?

Con frecuencia se oyen críticas contra la Iglesia de Jesús, por no oponerse vigorosamente a la autoridad política constituida.  Los más extremistas llegan a renegar de su madre la Iglesia, (la que les acogió, la que les formó, la que les puso en contacto con Jesucristo), porque ésta no predica claramente “la sublevación del proletariado”.  Parece como si reprocharan a Jesús el no habernos incitado a caminar juntos a la conquista del poder, a la insubordinación a las autoridades, al engaño y la trampa con los ministerios públicos, al desprecio de los gobernantes, al odio y al insulto hacia los representantes del orden político social.

Para los que dirigen la sociedad o para los que están sometidos a esa dirección o gobierno, los valores supremos del cristianismo son los mismos.  En este punto, el lenguaje del mensaje cristiano no cambia.  Unos y otros están representados en el mismo lado del denario que presentaron a Jesús.

miércoles, 1 de febrero de 2012

¿Qué meta?¿Qué camino?





¿Qué meta? ¿Qué camino?
Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda




            Todo hombre consciente, reflexivo se propone una meta y escoge un camino para llegar a ella. ¿Qué sería del empresario sin unos planes objetivos para su empresa? ¿Qué sería del investigador sin programa?¿Qué sería de un político sin proyecto? Y el pintor, el poeta, el escritor, el enamorado sin un motivo que oriente su inspiración.

            Cuando un hombre fija su camino no hace sino responder  consciente o inconscientemente a su vocación. Se dirige a lo que se siente llamado. Pero es necesaria esta llamada para ponerse en marcha.
            Cristo sintió esa llamada, marcó el camino y lo recorrió hasta el final sin desfallecer. San Lucas nos presenta en su evangelio a Cristo como un camino. Cristo lo recorre constantemente para alcanzar la gran utopía del Reino de Dios. Un Reino que se hace diariamente, en cada acontecimiento que sucede en el trascurso del camino. En Lucas, Cristo va siempre “camino de Jerusalén”. En ese lugar se desarrollará el acontecimiento más importante de la humanidad, la Redención del hombre. Es la meta de Cristo. Es la culminación de su obra. Es el fundamento de su vocación. Camina hacia la entrega, hacia el sacrificio, hacia la oblación, hacia la muerte. Esa es la vocación, morir por todos. La vida de un solo justo, para dar vida al mundo.
            San Lucas describe espléndidamente ese camino de Cristo en su Evangelio. En la fidelidad a su vocación, nos ha salvado. Pero nos ha dejado con mucha claridad las señales del camino que debemos recorrer los cristianos. Si el cristiano es discípulo de Cristo, debe recorrer el camino que Cristo recorrió. Querer su misma meta. Y usar los mismos medios que Él usó para llegar al final del plan.
            Seguir ese camino sugiere una gran decisión y un gran esfuerzo. Si en nuestra vida adulta hemos elegido a Cristo de modo reflexivo, hemos elegido ser cristianos, ¿Lo hemos elegido para toda la vida, en la alegría, en la tristeza, en el dolor, en la dicha? Para ese camino de fidelidad necesitamos, a fin de no desfallecer, el oxígeno de la oración. Solo así, podremos llegar a la cumbre. Hoy en este mundo de la velocidad, del ruido, de la era tecnológica, de la arrogancia, del hedonismo, tenemos mayor necesidad de una vida de oración más profunda y fuerte. Debemos orar insistentemente. Hablar con Dios para pedirle hasta de modo “impertinente” que nos de su mano, que nos haga oír su voz, que viva cerca de nosotros.

            Debemos alejarnos de la tentación diaria de la indiferencia, de la abulia, de la vida acomodaticia y fácil que buscamos tantas veces. Jesús espera que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso, de tropiezo o frustración. Su deseo es que seamos hombres y mujeres de oración constante, en la que se clama ante la vida: justicia, solidaridad, paz. Más allá del ruido, de la prisa, de la competitividad, de los logros, fracasos, no olvidemos que en la intimidad de nuestro ser, Dios está esperando que le dediquemos unos minutos de nuestra vida para que le digamos con absoluta sencillez lo que pensamos, nuestros anhelos, nuestros temores, sufrimientos y gozos. Porque eso es orar; y cuando se ora el camino se hace más corto y placentero.