sábado, 11 de diciembre de 2010

La Divinidad se Humaniza: Llega Navidad
                Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda

La Navidad ya está próxima. Y ante esta realidad inminente se nos exige una entrega de fe interior. El profeta Isaías, en los textos que leemos durante estos días en la liturgia de la Palabra, nos habla de una realidad nueva que está por llegar, que está por cumplirse: Dios está con nosotros. La humanidad necesita y espera un salvador. La humanidad, con frecuencia, ha esperado su salvación de parte de líderes humanos. Ha puesto su esperanza en ayudas y descubrimientos espectaculares. A la larga ha ido comprobando que unos y otros resultan ineficaces. Las expectativas no se realizan del todo. Entraba una sensación amarga de frustración y fracaso; la esperanza se convertía en decepción. En definitiva ningún hombre puede salvar.
            La salvación no nos vendrá de los hombres. Dios es el único que salva y promete la salvación. Sólo pide la fe. La fe de Dios. La fe que quiere Dios. Aceptada por el hombre, no rechazada. Es una exigencia necesaria para salvarse. Serán salvados los hombres por la fe.
            En el Israel del exilio sólo un “pequeño resto” o residuo conservaba en sus corazones el fuego de la fe. Pero basta que exista ese “pequeño resto” para que Dios se haga Enmanuel, es decir, Dios en y con la humanidad.
            El Profeta Isaías, se adelanta a describir el acontecimiento. Habla del nacimiento del niño que se alimentará con leche y miel. También el conocimiento del niño será paradisíaco (conocerá el bien y el mal). En este niño anunciado por la profecía deberá apoyarse totalmente el hombre. Y en Él experimentaremos el poder protector de Dios. Este niño será un signo de lo que Dios será siempre para la humanidad.
            El nacimiento de Emmanuel no es resultado de la voluntad humana. No es obra de varón. Es obra de Dios, obra del amor de Dios que nos lo da como Salvador. Y esto, es lo que quiere decir el nombre de Jesús, “Dios salvará a su pueblo”. El Mesías-Salvador nos lo trae una Virgen. Una Virgen engendrará al Mesías por obra del Espíritu Santo. La salvación es dádiva y obra divina, no humana. El hijo de la Virgen es el Hijo de Dios.
            La Navidad es algo más que un recuerdo. La navidad debe ser experiencia espiritual, un encuentro con Dios. Hacer que sea Navidad, es hacer que Jesús vuelva a nacer en nosotros. Ese momento no debe ser un momento de misticismo barato y sentimental. Debe ser, la Navidad, el encuentro de nuestra vida con la de Jesús. El identificarnos con Él en el pensar, en el sentir, en el actuar. Un encuentro que haga de nuestra vida sea una re- producción de la vida del Señor. Cuidado con unas navidades estériles. Cuidado con el conformismo de las cosas fáciles y pasajeras. Que la Navidad no sea sólo hacer de nuestro corazón una cunita para el Niño Jesús. La Navidad debe hacer de nuestra vida un espacio donde Él,  Jesús salvador de los hombres, pueda re-nacer, re-vivir y actualizar su salvación.
            Nuestro reto, nuestra tarea, es lograr hacer de la Navidad un auténtico tiempo de salvación. Que el encuentro con la Persona de Cristo sea transformador en nuestras vidas, en las familias, en nuestros campos de trabajo, en nuestras comunidades. El Señor ha venido a destruir el pecado y la muerte.
            Por la Encarnación del Hijo de Dios, se ha cambiado todo en la vida del hombre. La navidad nos trae cambios. ¿Cuál o cuáles serán tus cambios en esta Navidad?
           

          

           

lunes, 6 de diciembre de 2010

¡SALGAMOS AL ENCUENTRO DE DIOS!
            Pbro. Angel Yván Rodríguez Pineda

San Mateo nos presenta, en el Evangelio de este segundo domingo de adviento, una figura clave, Juan el bautista, el Precursor del Mesías. Juan señala la inminencia de la llegada de Cristo. Señala, también el sentido de nuestra preparación. Hay que preparar la venida del Señor. Pero, ¿cómo? Penitencialmente.
 Es decir, cambiando lo interior. Rompiendo con el pasado. Desenredándose de todo aquello que nos paraliza para progresar espiritualmente. Despojándose del hombre viejo. Librándose de tantas ataduras, de tantas cadenas. Es un trabajo de conversión. El primero. Junto a él, una tarea complementaria, imprescindible. Prepararse para esperar y recibir al Señor exige una apertura. Hacia la simpatía, el deseo, la complacencia con el Señor.
            Jesús nos trae la riqueza de su gracia. Jesús nos trae la salvación. La plena y definitiva salvación. Juan predica la necesidad de un cambio interior. Juan pide un gran giro en el enfoque de nuestra vida. Debemos centrar nuestra mirada en Cristo. Nos señala las posturas y actitudes que el  mismo Señor rechazará.
            El quedarse sólo en las formas, no es válido. El conformarse sólo con lo externo, no es suficiente. El contentarse con “decir” y no “hacer” es señal de inautenticidad. Esa era la actitud de los fariseos y los saduceos. Todo es condenado como inútil. Es condenado con palabras duras. “Raza de víboras….”, “el hacha esta puesta a la raíz….”.
            La conversión tiene que ser interior y exterior. Tiene que ser de fondo y de forma. La condena de Juan, como más tarde la de Cristo, no es producto de la animadversión o la venganza, es consecuencia del gran amor y deseo de salvar.
            Que en este Adviento seamos capaces de hacer un gran silencio interior, alejados de las discusiones y los gritos, de las malas acciones y la superficialidad material, para que profundizando en nuestra vida encontremos las razones evangélicas de la penitencia personal. Que en este nuevo Adviento, que Dios no regala, sin cansancio o desalientos busquemos a Dios. El se nos ofrece, se nos da, se nos entrega, pero quiere que lo busquemos, que salgamos a su encuentro, que estemos atentos en la espera.
            Quiera Dios, que durante este Adviento, seamos, no sólo capaces de hacer silencio y de mirar la realidad, sino también  capaces de tomar una decisión. ¿ Cuál?. Trabajar seria, intensa y profundamente para que nuestra vida cristiana sea más auténtica, más comprometida, más audaz. El tiempo del Adviento nos llama a esa conversión. La Eucaristía nos invita y nos impulsa, de una manera especial, con su gracia y dinamismo a una continua conversión.
            La garantía del cumplimiento del anuncio y la promesa está en Dios. En Dios está también nuestra seguridad, Él,  la cumplirá con firmeza. El Señor viene, y viene para salvar. Que en éste peregrina, en un nuevo adviento hacia el encuentro con el Señor, nuestro corazón, mente y ánimo estén dispuestos a un dejarse invadir por la luz y firmeza del Mesías que desea tener un encuentro personal con cada uno de sus hijos.