REFLEJOS DE
SAN JOSE EN LA ACTUAL SOCIEDAD
Realmente es sorprendente la ausencia de datos en el Nuevo Testamento de personajes tan importantes en la religiosidad cristiana como la Virgen y San José y mucho más en el caso de éste último. Podemos decir que, excepto en las genealogías (Mt 1,16; Lc 3,23) y en las referencias generales “¿No es éste el hijo del carpintero...?” (Mt 13,55), “...el hijo de José? (Lc 4,22; Jn 6,42), sólo en el evangelio de Mateo, escrito para judíos, se habla un poco de él, y sólo al principio, en la narración de la infancia. Es un género literario muy concreto, que podríamos caracterizar como “catequesis simbólico-teológica”. Por lo tanto, entre la devota imaginación sin límites de la piedad popular y el escepticismo estricto del rigorismo historicista, podemos vislumbrar las sugerentes pinceladas que nos inspira la lectura creyente de esos pocos versículos “mateanos”, en los que aparece “actuando” el bueno de José (Mt 1,18-25; 2,13-15.19-23). Por otra parte, están los poquísimos versículos “lucanos” en los que simplemente se le menciona al lado de María (Lc 2,4.16.48).
Creo que en esos pocos datos podemos admirar a un
hombre bueno y justo, “un santo de la puerta de al lado”, como dice el Papa en
Gaudete et exsultate, con actitudes muy necesarias en el momento actual.
La primera actitud, que nos presenta Mateo, no puede
estar más de actualidad como ejemplo a seguir, en esta sociedad actual, en la
que a pesar de estar en pleno siglo XXI, inexplicablemente sigue habiendo
prejuicios, actitudes y violencias machistas. En un mundo tan machista, como el
de la Palestina del s. I, José descubre que, antes de haber convivido juntos,
su prometida está embarazada. Podemos imaginar su sorpresa, disgusto,
desilusión..., sin embargo, la actitud es de profundo respeto. Piensa alejarse
de ella sin juzgarla, ni mucho menos difamarla. El mensaje en sueños que le
tranquiliza y le anima a acogerla en su casa, podríamos interpretarlo como un
auténtico discernimiento, en el que se puede escuchar la voz de Dios, la voz
del amor, en vez de nuestros impulsos primarios, prejuicios e ideologías.
Después viene esa otra experiencia, también
tristemente presente en nuestro siglo XXI, la necesidad de salir de la propia
tierra para salvar la vida o buscar una vida digna. José, con su mujer y su
hijo, tiene que emigrar a Egipto y otra vez son los mensajes en sueños los que
le avisan de la necesidad de huir, como también le avisarán de la posibilidad
de volver, e incluso de ir a Galilea, como lugar más seguro que Judea. Más allá
de estos sobrios y escuetos versículos, podemos adivinar los múltiples
sufrimientos, preocupaciones e incertidumbres, que supone una aventura así,
como los podemos ver en tantas personas que los están sufriendo hoy. Y también
en esta ocasión podemos ver en esos mensajes en sueños, muchos quebraderos de
cabezas, noches de insomnio, pensamientos y reflexiones, hasta llegar a la
decisión de emigrar y a la decisión de volver.
En los poquísimos versículos lucanos José sólo es
mencionado al lado de su esposa, pero de ese modo es testigo vivencial de
experiencias profundas con contrastes sorprendentes: el nacimiento en la
miseria y marginación de un niño indefenso, que es presentado por los ángeles
como un Salvador, Mesías y Señor. Está claro que es muy diferente lo que ven
los ojos de José, de lo que dicen los ángeles.
José le tocó
vivir una experiencia única e irrepetible en la historia de la humanidad, llena
de la poesía que reflejaron los sueños de los profetas de Israel y las
esperanzas vividas siglo tras siglo por el pueblo. Pero José vivió esa
espectacular poesía en la vulgar prosa cotidiana de la vida de la gente pobre y
sencilla, con sus temores y esperanzas, penas y alegrías, que no llamó la
atención de ningún historiador de entonces, como no llamaría la de ningún
periodista de ahora.
Podemos imaginar, con toda la fantasía poética y
piadosa que queramos, la vida de la “Sagrada Familia” en Nazaret, pero sólo nos
podremos acercar a su realidad auténtica con las actitudes “josefinas” que
Mateo y Lucas nos sugieren, tan necesarias en nuestro mundo de hoy: aceptar y
respetar la realidad del otro; vivir la prosaica, y a veces difícil, realidad
cotidiana con la poesía y la esperanza que da ver y vivir con el corazón;
confiar en poder escuchar la voz de Dios, que está presente en nosotros y en nuestras
vidas, aunque a veces no entendamos por qué pasan las cosas, es decir, vivir la
poesía en la prosa.