viernes, 21 de junio de 2019


EL CORAZÓN DE JESÚS EN NUESTRA
VENEZUELA
Pbro. Angel Yvan Rodríguez P.


            Posiblemente haya alguno que piense que reflexionar sobre el corazón de Jesús en medio de la situación de conflicto y de carestía que estamos atravesando sea algo trasnochado, obsoleto o cursi; ligado a formas de piedad pertenecientes al pasado. Lo cierto es que Venezuela en el año 1900 fue uno de los primeros dieciséis países consagrados a esta advocación.
            Corazón es una palabra primordial en nuestra cultura. La palabra nos remite a lo profundo y vital de nuestra esencia y existencia. Muchas veces nos referimos a la realidad que vivimos sosteniendo que el corazón “se nos parte”, “se hiela”, “se ensancha”, “se encoge”, o nos referimos a una persona como aquel que “no tiene corazón”. Ante la crisis que estamos atravesando, muchos no ven salida. Por esta razón reflexionar hoy en torno al corazón tiene vigencia. Es la literatura la que nos recuerda aquella ya famosa y extendida frase del capítulo veinticinco de El Principito: “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Para muchos los ojos sólo muestran el conflicto y la violencia. Por ello la urgencia de ver con otros ojos.
            Pero todavía todo esto nos podría sonar idílico. El teólogo jesuita Karl Rahner, hace algunas décadas atrás, retomaba en consideración el culto al corazón de Jesús. En su reflexión consideraba tres aspectos fundamentales de la advocación al corazón de Jesús. Según su criterio, esta advocación nos llama a la interiorización, a una fe intensa en el amor de Dios y a la reparación de este corazón injustamente afrentado.
            Regreso al espacio interior
            Hoy es imperativo volver a nuestro espacio interior. El espacio profundamente deteriorado por el odio y la inhumanidad promovida adrede. Sólo un regreso al interior puede permitir conectar con los valores e ideales que genuina y libremente mueven nuestra vida. Nuestra vida individual y comunitaria como grupo social. No se puede ser indiferente frente a la realidad y refugiarse en el ghetto egoísta de la tranquilidad mezquina. Al referirnos a la palabra corazón siempre nos referimos a una interioridad que tiene una referencia a algo o alguien. Nuestro corazón nunca está totalmente volcado en nosotros mismos. En tal sentido, la advocación al corazón nos lleva a lo más profundo y genuino de nosotros. Aquel espacio que tenemos que salvaguardar de la inhumanidad descorazonada que pretende imponerse como el criterio total y dominante.
            Pero también es cierto que hoy a la comunidad creyente le es urgente una fe intensa en el amor de Dios. El discurso imperante ha pretendido convertirnos en unos lobos contra otros lobos. La lógica reinante nos lleva a percibir a todo aquel que nos adversa como nuestro enemigo. Que como tal debe ser reducido y eliminado. El Sagrado Corazón, desde el principio, representó la humanidad y la cercanía de Dios a lo creado y a lo humano. El eje del cristianismo consiste fundamentalmente en que “Dios nos amó con corazón humano”. Dios nos amó con y desde el corazón de Jesús. De esta forma venció el mal. Quien vive desde este amor entiende y vive según su lógica.
            Por último, hablamos de reparación.
             Una palabra extraña para nuestros oídos modernos. Pero que hoy parece más urgente que nunca en nuestra realidad tan fragmentada. Vivir desde el amor y desde el corazón no puede dejarme indiferente ante el dolor en los corazones quebrados de nuestra historia. Implica amar a los demás como somos amados por Dios. De esta forma, el corazón se transforma en el centro que nos libera de toda esclavitud y opresión.