NOS
URGE SEMBRAR Y VIVIR
LA ESPERANZA CRISTIANA
Pbro. Ángel Yvan Rodríguez Pineda
Profetas de la esperanza, del
sentido. Esto significa transparentar, proyectar y reflejar una actitud
positiva ante el mundo y ante las personas, lo que no debe confundirse con un optimismo
trivial.
La esperanza se refiere a lo que no
hemos podido ni podremos conseguir por nosotros mismos, pero que se nos perfila
e insinúa en nuestros esfuerzos cotidianos por cambiar el mundo, y que
conocemos también por revelación.
Cimentados en Cristo, no hay ninguna
razón para ser desesperanzados. Podemos ser pesimistas en relación con los
resultados que obtendremos de nuestros esfuerzos, o a la calidad de nuestro
accionar, pero no podemos dudar de la acción de Dios en el mundo a través
nuestro esfuerzo diario.
Se trata de una actitud cristiana
básica: creer en la multiplicación de los panes, en la pesca milagrosa, en la
curación del paralítico. Así, se puede vivir la vida como pescadores, como niños
o como paralíticos, sin desesperar, sino más bien perseverando, aportando lo
propio con constancia y gratuidad, ofreciéndolo para ser multiplicado y
diseminado.
La esperanza nos mueve a la acción.
No es la acción en sí misma la que amamos, sino la acción transformada por
Dios. Así, nos sorprendemos de lo que pescamos o de lo que somos capaces de
distribuir, y nos dan más deseos de tirar las redes cada día.
Ante los graves problemas que nos
toca presenciar o vivir, respondemos con esperanza activa. Nos preguntamos cómo
podemos ayudar, y aun ante situaciones extremas, no dudamos que en algo podemos
ayudar y que algo quiere Dios que hagamos nosotros para permitir que El se
manifieste.
Esta esperanza activa es, a mi
juicio, una de los frentes más importantes de nuestras energías apostólicas.
Pero, de nuevo, la esperanza brota de la contemplación y de la unión con
Cristo. Si flaquea nuestra esperanza flaquea nuestra acción, y generalmente es
porque hemos perdido el sentido, porque nos hemos alejado de los caminos de
Galilea, de la calzada de Emaus, del pesebre de Belén, de las peregrinaciones a
Jerusalén y de las sinagogas villas y castillos que frecuentaba Nuestro Señor.