Caminar
en la Presencia de Dios
PBRO. ANGEL YVAN
RODRIGUEZ P.
Hemos recordado antes
que “los caminos del hombre están ante los ojos de Dios” (Proverbios 5:21). En
la misma línea de pensamiento, el profeta Jeremías nos dice que los
ojos de Dios “están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los
hombres, para dar a cada uno según sus caminos, y según el fruto de sus obras” (Jeremías
32:19). Dios toma conocimiento de todo; y él retribuye, según su justo proceder.
En cuanto a esto, no olvidemos que los caminos de Dios tienen diversos
aspectos, y que su Gracia se mezcla con su gobierno de una manera que nos
sobrepasa infinitamente.
Estos pensamientos
solemnes podrían conducir al hombre a desear escaparse de la mirada de Dios, lo
cual es imposible. David recuerda su experiencia en cuanto a esto (o una
supuesta experiencia) en el Salmo 139 (véase v. 7-12). Pero ¡es muy emblemática
su conclusión! La encontramos en los primeros y últimos versículos del salmo.
David acepta con serenidad, y aun desea, la mirada de Dios en sus caminos. “Oh
Dios, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi
levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi
andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos” (v. 1-3). “Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay
en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (v. 23-24), es decir
en tu camino.
Él conoce mi camino...
Mis pies han seguido sus pisadas (Job 23:1-14)
Hubo varios cambios bruscos en las
palabras de Job cuando a su despojo y enfermedad se agregaron las declaraciones
irreflexivas de sus amigos. En este capítulo 23, cuando respondía a las
acusaciones injustas de Elifaz, expresó el deseo de encontrar a Dios, con el
fin de exponer “su causa” delante de él (v. 4); pero no lo vio ni “al oriente”,
ni “al occidente”, ni “al norte”, ni “al sur” (v. 8-9). No obstante, si no vio
a Dios, poseía la certeza de que Dios tenía un perfecto conocimiento de todo lo
concerniente a él: “Él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (v.
10). Sin duda, había un pensamiento de propia justicia en estas palabras, pero,
¡cuán grande verdad expresó Job aquí, tal vez sin comprender todo su
significado! Del crisol de una prueba extraordinaria, efectivamente saldría
purificado como el oro, y sería llevado a cargar sobre sí un juicio que nos era
de ejemplo. Entonces, su propia justicia haría sitio al horror de sí mismo
(compárese con 42:6).
Mientras Job esperaba, sea lo que fuere,
quería perseverar en un camino de fidelidad a Dios. “Mis pies han seguido sus
pisadas; guardé su camino, y no me aparté” (23:11). ¡Qué notable es todo esto!
Job tenía ante sí “las pisadas” de Dios, “el camino” en el cual Dios andaba.
Era su modelo. Sus pies deseaban seguir este camino.
Y Job, al manifestar ya algún resultado
del trabajo que Dios operaba en él, tomó el lugar de sumisión y de confianza
que convenía al hombre ante el Todopoderoso: “Pero si él determina una cosa,
¿quién lo hará cambiar? Su alma deseó, e hizo. Él, pues, acabará lo que ha
determinado de mí” (v. 13-14). Así es también para nosotros. Dios actúa en
nosotros según sus planes de gracia y de sabiduría —que tal vez no
comprendamos—, y los llevará a cabo por nosotros.