«Mi problema es empezar a orar»
Pbro.
Angel Yvan Rodrofuez P
«No tengo nunca ganas de
orar, no me apetece». «Yo quisiera orar, pero no puedo». «Siento una pereza
intensa, es un sentimiento de reticencia, casi como de rebeldía”. Cuando pienso que he de
orar se me hace una montaña y lo voy posponiendo. Encuentro tiempo para todo,
para leer el periódico, para ver la televisión, para trabajar, incluso para
el apostolado, pero orar se me hace
cuesta arriba».
En un sentido
amplio este problema es común a todo creyente. Hay un componente de lucha por
la tensión entre nuestra naturaleza espiritual y el hombre viejo. La oración es
uno de los principales campos de batalla en el que se desarrolla la lucha de
Romanos 7:19: «El bien que quiero no lo alcanzo, y el mal que no quiero, esto hago».
El diablo sabe que la oración es una de las estrategias clave del creyente, su
hálito vital. No deben sorprendernos sus esfuerzos ímprobos por boicotear esta
actividad.
Hay también
causas psicológicas que nos ayudan a entender este problema. Ciertos tipos de
temperamento, por ejemplo los extravertidos, tienen una dificultad especial
para ponerse a orar porque para ellos la oración supone un cambio total de
atmósfera. Han de conseguir un ambiente que no les es natural: el recogimiento
interior, una relación íntima, el expresar sentimientos. Todo ello hace que
estas personas necesiten estímulos externos adecuados para la oración formal.
Asimismo la personalidad influye
a la hora de ponerse a orar. Vemos esta dificultad más acentuada en dos
situaciones:
•Personalidades perfeccionistas.
El perfeccionista tiene una tendencia natural a posponer las cosas. Quiere
hacerlo todo tan bien que le cuesta empezar. Sólo cuando ya no hay más remedio
encuentra la tensión psíquica necesaria para iniciar su tarea. Espiritualmente
su nivel de auto exigencia es tan alto que, para él, nunca es el momento
adecuado para orar. Así lo va retrasando hasta conseguir el marco idóneo para
una oración excelente, lo cual obviamente casi nunca llega. Sin embargo, cuando
logra estos momentos especiales puede orar largamente e incluso le cuesta
terminar!
•Personalidades
depresivas.
Estas personas tienen notables dificultades con cualquier comienzo. Al
depresivo le cuesta empezarlo todo. Desde que se despierta hasta que se
acuesta, su vida es un batallar continuo contra los inicios. Son como los
coches de motor frío; su problema es arrancar.
A veces la
dificultad para iniciar la oración tiene raíces muy profundas. Además de la
tendencia a posponer ya descrita, el creyente siente algo más intenso, casi
como una rebeldía inexplicable. Es una resistencia para la que no encuentra
causa lógica. La persona, por lo demás viva espiritualmente, quiere orar, tiene
el deseo. La palabra «profunda» nos ayuda a entender este fenómeno que está
arraigado en su biografía. Se trata de una reacción contra el deber, contra
cualquier tarea que él sienta como una obligación. Un repaso cuidadoso de su
infancia suele mostrar una educación rígida, severa, con obligaciones
constantes y niveles de expectativa muy altos por parte de los padres. Luego,
en la edad adulta, se produce el efecto contrario. Necesita sentirse libre, sin
obligaciones, el extremo opuesto de lo que había vivido de niño. Es lo que Paul
Tournier llama «la venganza de la naturaleza». Hay una verdadera alergia a
cualquier tipo de obligación. Sólo pensar que «he de..., tengo que hacer algo»,
ya le produce una reacción negativa. Una forma de aliviar este problema es
ayudarle a descubrir la oración como un placer y no tanto como un deber.
En ocasiones
la situación se complica todavía más cuando ha habido problemas psicológicos en
la relación con el padre. La rebeldía, consciente o inconsciente, contra el
padre puede dificultar seriamente la fe en general y la vida de oración en
particular. Esto es así porque no podemos desligar del todo los conceptos de
Padre celestial y padre terrenal. En la medida en que estos creyentes maduran
en su conocimiento de Dios, tales problemas se van aliviando, pero al principio
de su vida cristiana pueden encontrar muchos paralelos entre la figura de su
padre y la de Dios. Si la rebeldía o la frustración caracterizaron la relación
con nuestros padres, será fácil desplazar parte de estos sentimientos hacia
Dios. De ahí la necesidad de conocer bien el carácter de Dios mediante el
estudio de la Biblia porque nos da una base objetiva y nos evita hacernos un
concepto de Dios a nuestra imagen y semejanza. En especial, recomendamos el
estudio de la figura de Jesús, quien es la «imagen del Dios invisible», como la
mejor manera de evitar proyecciones psicológicas, es decir de mezclar nuestros
sentimientos y reacciones hacia nuestros padres y hacia Dios.
Será
necesario, por tanto, aclarar conceptos en colaboración con un consejero
competente. El resentimiento contra los padres puede bloquear nuestra relación
con Dios; por ello debemos eliminar todo vestigio de rencor u odio. Es aquí
donde el Evangelio tiene un extraordinario valor terapéutico porque es un
mensaje de perdón. Y el perdón es el bálsamo que puede cicatrizar las heridas
más profundas. No puedes ser cristiano y seguir odiando a tus padres. Si has
sido perdonado por Cristo, debes perdonar tú también, tal como nos enseña la
oración modelo, el Padrenuestro. El perdón, la paz y la reconciliación no son
sólo lecciones teóricas de la doctrina cristiana, sino ingredientes
imprescindibles en nuestra conducta como discípulos.
Incidentalmente
podemos decir que ahí radica una explicación, por lo menos en parte, de algunos
casos de ateísmo. Cuanto más visceral y furibundo sea el ateísmo, tantas más
posibilidades de que tenga raíces psicológicas, entroncadas en la biografía de
la persona. Desde luego, estos condicionantes emocionales no le eximen de
responsabilidad en su rechazo de Dios, pero a nosotros nos ayudan a entender su
problemática y, por consiguiente, a encontrar puertas de entrada para una
evangelización eficaz y personal.
¿Qué recomendaciones
prácticas podemos dar para empezar a orar?
En primer
lugar, nunca esperes a tener ganas o a encontrar el momento perfecto. De lo
contrario, te pasarás semanas o meses sin una sola palabra de oración. La
calidad de la oración no depende tanto de nosotros como de los méritos de
Cristo. Con esta idea en mente, al planear tu tiempo de oración no te pongas
metas altas: empieza por lo poco y lo sencillo. Es mejor orar cinco minutos
cada día que una hora cada tres meses. Cuanto más altas sean las metas que te
pongas, tantas más posibilidades de fracasar. Para el Señor es más importante
«ser fiel en lo poco» (Mt. 25:21) que teorizar sobre grandes proyectos.
En segundo
lugar, busca estímulos adecuados que te faciliten el comienzo de la oración.
Veamos algunos ejemplos: a la persona depresiva le va a ser muy útil orar
acompañado. La soledad es un enemigo de su carácter: «si alguien está conmigo
no me cuesta; en la iglesia, en campamentos, puedo orar con mucha más
facilidad». Desde luego, ello no siempre será posible, pero con frecuencia la
compañía de un hermano puede ser de gran ayuda para ponerse a orar.
Otra sugerencia: intenta
escribir tus oraciones.
Un ejercicio práctico que recomiendo porque a
mí mismo me ha hecho mucho bien es el siguiente: anota dos cosas buenas que te
hayan ocurrido durante el día; puede ser una conversación, una noticia, un
encuentro con alguien, alguna experiencia agradable, cualquier aspecto que tú
hayas vivido como una bendición y que te ha hecho bien. Luego, haz lo mismo con
dos motivos de preocupación o ansiedad: un problema, una carga, un disgusto
etc. Ahora estás en condiciones de ponerte a orar brevemente. Primero, dale
gracias a Dios y gózate por las dos bendiciones del día. Después, preséntale
tus preocupaciones, descargando sobre él la ansiedad que te causan: «echando
toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 P.
5:7). Este ejercicio puede durar desde cinco minutos hasta todo el tiempo que
tú quieras, es muy flexible. Lo importante es tener una base sobre la cual
dirigirse a Dios porque ello te estimula a iniciar la oración. Si lo haces con
regularidad, descubrirás que en un año has alabado al Señor por cientos de
bendiciones y habrás desarrollado el hábito vital de descansar en el
Todopoderoso en multitud de problemas.