CUARESMA:
UNA CAMINO DE RENOVACIÓN Y ESPERANZA
Pbro.Ángel Yván Rodriguez Pineda
Ante
un mundo que divide y enfrenta a los hombres, un mundo que se está
deshumanizando y crea soledad, nos urge abrirnos y convertirnos más a Dios. La
cuaresma es tiempo privilegiado para escuchar la Palabra de Dios, no con oídos
sordos sino con apertura de corazón que nos lleve a convertirnos mediante el
sacramento de la reconciliación, la vida sacramental y la solidaridad con
quienes nos rodean.
La
cuaresma tiene una meta, un punto de llegada que es la Pascua; no hay cuaresma
auténtica sin Pascua; esta cuaresma nos invita a centrar los ojos en Jesucristo
y a seguirlo hasta la Pascua, es decir, hasta la entrega de la propia vida; por
eso para los católicos la cuaresma es tiempo fuerte de oración, ayuno y
limosna; oración, ayuno y limosna son signos que muestran nuestra conversión y
seguimiento fiel de Jesucristo.
¿Qué
encierra para el católico la oración, el ayuno y la limosna? ¿Qué entiende,
enseña y vive la Iglesia desde sus orígenes?
1- Oración cristiana.
Orar
es hablar, relacionarse, tratar con Dios al estilo de Cristo; de ahí el nombre
de oración cristiana; hoy es palpable, en no pocos, no solo la falta de
relación y trato con Dios sino hasta el olvido de Dios. Buscar y hacer la
voluntad de Dios constituye el corazón de la oración cristiana; de allí la
enseñanza de Cristo “hágase tu voluntad”.
En
la oración acudimos a Dios porque lo necesitamos para realizarnos y para vencer
el mal solos nunca lo lograremos; el egoísta y orgulloso nunca es feliz, nunca
logra su realización, nunca proyecta amor. La oración cristiana sostiene y
fecunda las actividades y la misma vida humana.
Es
necesario ejercitarnos en la oración personal, familiar y comunitaria; no
olvidemos que la auténtica oración cristiana siempre culmina en la oración
litúrgica, en la vida sacramental.
2- Ayuno.
El
ayuno cristiano está muy lejos del masoquismo y de la protesta; no es difícil
hoy constatar “ayunos” como medio de protesta social: huelgas de hambre; también
se acude al ayuno para mejorar la salud o estar en forma: dietas médicas,
ejercicios físicos, etc.
El
ayuno cristiano es mucho más que todo esto y su diferencia es clara; ayunar
cristianamente es abstenerse de alimentos, sacrificarse y ejercitar el cuerpo
para estar siempre disponible al amor de Dios, para ser más sensible a la vida
de amor y de caridad, para abrirse más a Dios y a los demás. El ayuno cristiano
siempre está en función de la caridad; si es auténtico, siempre se proyecta en
el compartir y en la solidaridad. El ayuno cristiano siempre va unido a la
oración; fortalece la oración, dispone el cuerpo al querer de Dios; por esto,
en los tiempos fuertes y en situaciones apremiantes, la Iglesia pide unir el
ayuno a la oración, por ejemplo, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; de
aquí las palabras de Jesucristo: “Esta clase de demonios no puede salir con
nada, sino con oración y ayuno” (Mc 9, 29).
Como
el atleta que no deja de hacer ejercicio y entrena hasta vencer los obstáculos
para lograr las metas propuestas, el creyente no deja de hacer penitencia hasta
mantenerse unido a Dios y ser capaz de vencer el mal. El ayuno fortalece el
espíritu, eleva a Dios, abre a Dios y a los demás, debilita las fuerzas del
mal: egoísmo, sensualidad, inclinaciones al mal, pasiones.
3- Limosna.
La
limosna, en la tradición cristiana, es expresión de caridad, de solidaridad, de
fraternidad; es un medio que muestra tomar con seriedad el mandamiento del
Señor: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 31). No hemos de reducir
la limosna a dar de lo que sobra sino compartir de aquello que necesitamos,
dar-compartir “hasta donde nos duela”. Aquí se inserta el espíritu cristiano
del ayuno: dar a los necesitados lo que no comemos o ahorramos; como decía San
Agustín: “que nuestros ayunos alimenten a los que no tienen que comer”.
La
limosna no se reduce solo a compartir lo material. Es necesario dar limosna
también compartiendo nuestro tiempo, nuestras cualidades, capacidades,
influencia en bien de los más necesitados; en este sentido urge la limosna de
parte de padres de familia, maestros, servidores públicos, sacerdotes, jóvenes,
en el campo de la salud y de la justicia.
La Conversión.
La
ceniza es un signo penitencial; expresa la disponibilidad del creyente para
enderezar la vida según Dios, la decisión de emprender el camino de conversión
que pasa por el sacramento de la Reconciliación y la participación activa y
consciente de la Eucaristía. La oración, el ayuno y la limosna son medios
concretos que mueven y sostienen al creyente a seguir de cerca a Cristo hasta
la Pascua, es decir, hasta darse como Él.
En
este espíritu exhorto a los sacerdotes, religiosas y fieles laicos a que en
todas las comunidades se revisen, purifiquen y fortalezcan las expresiones
religiosas para que sean realmente expresión del auténtico sentido de la
cuaresma por el cual fueron instituidos.
Pido
a mis hermanos sacerdotes dedicar más tiempo al sacramento de la Confesión;
además del tiempo fuerte programado en la semana, hacerlo también diario antes
y después de la misa en cuanto sea posible; estoy seguro que los fieles lo irán
aprovechando cada vez más. Dada la escasez de sacerdotes y las distancias, con
el fin de acercar la misericordia y el perdón de Dios a los fieles que,
habiendo caído en censuras y penas como la prevista en el canon 1398, solicitan
arrepentidos el sacramento de la penitencia, en el espíritu del canon 508
concedo a todos los sacerdotes de la arquidiócesis la facultad para absolver de
censuras y penas no declaradas ni reservadas a la Santa Sede, exclusivamente
desde el miércoles de ceniza a la Vigilia Pascual. Es importante que los
sacerdotes nos preparemos para este ministerio, cuidemos las condiciones para
absolver en estos casos y ofrezcamos la orientación y penitencia medicinal
adecuada.