ENTREGA
ACTIVA Y ABANDONO TRANQUILO
Pbro.
Ángel Yván Rodríguez Pineda
Solo una realidad debe espantarnos en nuestro camino de
crecimiento interior: el alejarnos
conscientemente del plan salvador de Dios. Realidad que puede ser ocasionada por el
incumplimiento de algún mandato de Dios o por no saber aceptar el desafío que
supone todo lo que Dios espera de cada uno de sus hijos.
Podemos
describir la paradoja de la vida de todo cristiano católico como una realidad
de guerra y de paz continuas; lucha y renuncia; acción y abandono amoroso; en
este estado de ánimo existe siempre una inmensa paz; el dinamismo cristiano se puede
equilibrar con una serenidad inaccesible, desde cualquier otro planteamiento. En nuestra vida moral, todo depende de cada
uno de nosotros; somos los árbitros plenamente responsables de nuestras
acciones y obligaciones para con Dios, los hermanos y nosotros mismos.
Un medio eficaz de mantenernos en vida de Gracia es nuestra participación activa en la vida
sacramental. Son los sacramentos los que mantienen indudablemente la vida de
Dios en el creyente, especialmente la Eucaristía frecuente, alimento
proporcionado al espíritu y a la acción de cada católico. Sin embargo, no son solo
los sacramentos los que tienen semejante eficacia; todo instante de la vida nos
ofrece un tiempo para estar en comunión con el deseo salvador de Dios. Cada momento
de nuestras vidas es una oportunidad irrepetible de experimentar nuestra
cercanía a la experiencia de Jesús encarnado, la cual se encuentra escondida bajo
las apariencias de nuevas y continuas circunstancias existenciales. Y, quien
sabe descubrir esta oportunidad maravillosa de la manifestación de Dios, saca
de cada ocasión un momento cercano a Él.
Debemos luchar continuamente por el triunfo de Jesús en nuestras
vidas; lo cual podremos alcanzar solo ejercitando nuestra capacidad de abandono
a la acción de la Providencia, como un niño lo hace en brazos de su madre, con
la certeza indefectible de que, siempre y en todas partes, terminaremos
cumpliendo solamente su voluntad. La disposición al abandono no nos
dispensa de las posibles dificultades, del sacrificio heroico, de la capacidad
de renuncia, de la sicología de elección, porque es precisamente Dios quien
desea y sostiene nuestra posibilidad de entrega y
Él no escatimó sufrimientos ni a su hijo predilecto, pero lo acompañó hasta
el último suspiro en la cruz: “Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu” (Cf. Lc 23, 46).