lunes, 15 de septiembre de 2014



FAMILIA:

 COMUNIDAD IDEAL PARA EL CRECIMIENTO DE LA FE EN CRISTO

P.Ángel Yván Rodríguez Pineda




            La  realidad familiar es justamente donde se inician y se dan los primeros pasos decisivos del itinerario del amor fiel y fecundo sin el cual el nacimiento y el crecimiento de la sociedad y de toda la humanidad en justicia, solidaridad y en paz se hace inviable y sin el cual la misma Iglesia no logra edificarse y consolidarse, día a día, como la comunidad de fe en Jesucristo Redentor del hombre, fundada y sostenida por Él. Es lo que esperamos y queremos cuando afirmamos junto a la Doctrina Social que la familia es la célula básica o primaria de la sociedad y de la comunidad política; es decir es célula esencial para el desarrollo del tejido sobrenatural del Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
            Ser testimonio del Evangelio de la alegría con obras y palabras en nuestro tiempo es tarea y urgencia primordial de la familia cristiana. Sin su testimonio, sobre todo en esta hora crucial de toda la humanidad, la evangelización del mundo empalidecería y languidecería hasta su desaparición efectiva. Son muchos los tristes y doloridos que encontramos a nuestro alrededor. ¿ Estaremos presenciando y viviendo un nuevo predominio social de la cultura de la tristeza? El papa Francisco, nos pone en alerta al inicio de su Exhortación Apostólica Evangelium Gauidium ante la inminencia de ese peligro: “  El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta del consumismo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG,2). No hay otro lugar de la experiencia y de la existencia humana donde se puede encontrar quien pueda consolar, aliviar, ayudar eficazmente y alentar animosamente a los enfermos crónicos, a los termínales, a los que han quedado sin trabajo, a los sin esperanzas, a los jóvenes destruidos por la droga y los vicios… que no sea en el ambiente cercano, acogedor, amoroso y comprensivo de la familia.
            Naturalmente, de la familia en la que la fidelidad mutua, vivida y mantenida con la fuerza del amor cristiano ofrece brazos abiertos, casa, hogar. En esta dura y persistente crisis, por la que atraviesan las familias de nuestra sociedad; la familia cristiana constituida desde del testimonio de fe, debe demostrar que si vale la pena seguir dando ejemplo que toda familia es un deseo de Dios, una vocación ofrecida por el mismo a bien de la humanidad.
            Si siempre ha sido necesaria la luz y la fuerza de la fe para comprender, aceptar cordialmente y vivir gozosamente el valor de la familia constituida sobre el matrimonio indisoluble como la “íntima comunidad de vida y amor conyugal fundada por el Creador” (Vat II, GS 42), cuanto más lo es hoy en la agobiante atmósfera intelectual y mediática, que nos envuelve, tan contaminada por una visión radicalmente secularizada e increyente del mundo y del hombre.
 La luz y esa fuerza de la gracia de una fe madura en  la familia la hace invencible y capaz de sobreponerse y superar cualquier desafío de pecado social imperante en muestra sociedad. Esta fe viva esta al alcance de la familia cristiana cuando en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración compartida y en la acción de gracias eucarística se abre a la gracia de la presencia y del ejemplo de la familia de Nazaret. Que nuestras familias cristianas, no tengan miedo de seguir manteniendo abierto lo más íntimo de sus hogares al don del Evangelio de la Sagrada familia, al amor de María y José. Que sea el mismo amor de María y José el que sostenga, aliente y santifique el amor de esposos y de padres  de familia. De familias santas y enamoradas de Cristo surgen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, como a su vez apóstoles que nutren la vida laical de la Iglesia.