lunes, 25 de marzo de 2013




TRES EXPRESIONES DE FE REALIZADOS EN LA ULTIMA CENA

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 

            Sin reserva alguna, al contemplar todo lo acontecido durante la realización de última cena de Jesucristo junto a sus apóstoles podemos afirmar categóricamente que cada momento de su desarrollo es una expresión de Fe, un arrebato de Amor por parte de Jesús hacia su pueblo y un ejemplo a seguir en nuestra condición de discípulos. Claramente la Institución del sacramento de la Eucaristía, el Sacerdocio y mandamiento del Amor son sacramentos que sostienen y dan perpetuidad a nuestra fe como seguidores de Cristo.

            La Eucaristía legado de Fe y Amor:

            Los evangelistas, todos a una, destacan el relato de la última cena, celebrada por Jesús horas antes de su prisión y entrega. En el trascurso de la misma, el Señor hizo algo extraordinario y misterioso. (Mt.26,17-29; Mc. 14,12-25; Lc.22,1-20; Jn 13).

            El evangelista San Juan empieza su relato con esta indicación: “ Antes de la fiesta de pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”(Jn.13,1).

            San Lucas, a su vez, recoge las palabras de Jesús al sentarse a la mesa: “Con ansia he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios” (Lc.22,15).

            La actitud y los gestos de Jesús muestran claramente que Él sabe adónde va. Quiere cumplir la voluntad del Padre. El siervo está a punto para el sacrificio. La cena pascual estaba encuadrada por cuatro copas de vino rituales, de las cuales la tercera, llamada “copa de bendición” era la más importante. Pasaba de mano en mano. Comían el cordero asado, los panes ázimos y unas hierbas amargas. Todo tenía su significado profundo relacionado con la historia de la liberación del pueblo, que recordaba durante el banquete. La bendición y acción de gracias eran entonadas con el salmo 112 al 114, los cuales expresan la Gloria de Dios, a Dios como el único Dios verdadero, y el Himno pascual.

 

            Jesús se atuvo al ritual perpetuado. Más al realizarlo introdujo una novedad importante: “ Tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: esto es mi cuerpo, que va a ser entregado por vosotros. Hacer esto en memoria mía. De igual modo tomó, después de cenar, el cáliz, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros” (Lc.22,19-20)

            La acción de Jesucristo cambiaba profundamente el significado de la cena pascual. El rito judío alcanzaba con ella su plenitud y daba paso a un nuevo régimen de relaciones entre Dios y los hombres.  Para nosotros, la Cena del Señor es recuerdo vivo de aquella última celebrada por Jesús en la tierra, en la que instituyó el sacramento de la Eucaristía, por el cual da a comer a los suyos su cuerpo y su sangre, entregados al sacrificio para la redención de todos los hombres.

            Jesucristo, ha dejado a su Iglesia el sacramento de su cuerpo y sangre como el centro y culmen. Así nos lo afirma San Agustín: “ La Eucaristía es misterio de amor, símbolo de unidad, vínculo de caridad”.

            El sacerdocio y el Mandamiento del Amor.

            Jesús, el Mesías verdadero (Mt. 11,2-6) es el apóstol y Sumo sacerdote de nuestra confesión (Heb. 3,1); es decir, nosotros confesamos que Jesucristo es sacerdote. Misterio este que ha sido revelado por Dios y nos es asegurado por el testimonio de la Iglesia. (LG. 5,10,21). Mediador entre Dios y el pueblo, el sacerdote ejerce su oficio como ministro del altar. En el altar se depositan las ofrendas, en el altar se consumen las víctimas, sustrayéndolas así al dominio del hombre para entregarlas a Dios. El cual responde a la entrega con bendición y sus gracias abundantes. (Lev.1,7).

            El ministerio sacerdotal está ordenado, fundamentalmente, al sacrificio, acto central del culto divino. “ Porque todo sumo sacerdote, tomado entre los hombres, está puesto a favor de los hombres, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”(Heb.5,1). Todas las funciones salvíficas de Jesucristo están centradas en su sacerdocio. La encarnación, la muerte y la glorificación del Hijo de Dios son tres etapas de un mismo acontecimiento toda ella sacerdotal. Jesucristo es sacerdote desde siempre y para siempre El sacerdote de la nueva alianza es único. El Sumo Sacerdote de la alianza nueva, Jesucristo, realizó de una vez para siempre su sacrificio, ofreciéndose a sí mismo sobre el altar de la cruz como rescate por todos. (heb.7,27. Gal.1,4. 1Tim.2,6). En la plegaria Eucarística, que se hace conforme al canon romano, el sacerdote, en presencia de la Víctima santa, ora al padre en estos términos: “ Te ofrecemos Dios de Gloria y majestad, de los mismos dones que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo; pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación. Dirige tu mirada serena y bondadosa sobre esta ofrenda; acéptala como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahan, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec”.

            La inocencia, la mansedumbre, la humildad y la obediencia de Jesucristo hacen de su entrega sacerdotal el único sacrificio agradable. Gracias a Él, suben al cielo todas las alabanzas y oraciones y descienden todas las bendiciones, cuando un hombre consagrado al sacerdocio y actuando “in persona Cristi” celebra a diario la Sagrada Eucaristía.

            “Que todos sean uno..Yo en ellos y tu en mí para que sean perfectamente uno y el mundo crea que tú me has enviado”. (Jn. 17,21-23). Tal es la suprema aspiración de Jesús respecto a los hombres. Fruto de toda obra personal de Jesús es el Amor y la unidad, signo definitivo de la verdad de Dios- Sin unidad, Amor y servicio, lo demás signos de cualquier cristiano y su obra apostólica carecen de eficacia. En último tpermino, la vida del rebaño está condicionada por el cumplimiento del mandamiento nuevo de Jesús. La unidad es fruto del amor. (Jn.13,34; 1Jn. 2,8).

                       

COMTEMPLAR CON FE AL CRISTO CRUCIFICADO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 

            Ante un Mesías destinado al fracaso y a la muerte, se escandalizaron los oyentes de Jesús. Cristo Crucificado siempre será “escándalo y locura”. A los mismos discípulos resultaba inaceptable este nefasto destino de su Maestro. (Mt. 9,32; Mt.16,22; Lc-9,45). Pero precisamente este Cristo es “fuerza y sabiduría de Dios” (1Cor. 1,23-24).

            Para la razón humana, la paradoja es indescifrable: El Siervo de Dios ha de alcanzar su victoria por caminos de silencio, expiación y dolor (Is.53).  Para los hombres el tiempo es don de Dios. Don que hemos de emplear en su servicio, realizando al mundo nuestra propia salvación de acuerdo a la voluntad del Creador. (Ecl. 13; Col. 4,5). Lo fue también para Jesucristo, hombre nacido de la Virgen.. Él es el Hijo (Mt.11,27; Jn. 1,18) eternamente abierto a la voluntad del Padre, se hizo hombre para salvar a los hombres, conforme al plan y designios de Dios. Metido en el tiempo para “ser probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”(Heb. 4,15) no tiene otro alimento que hacer la voluntad del que lo ha enviado y llevar a acabo su obra. (Jn.4,34)

Jesús, en el diálogo constante con su Padre, jamás perdió de vista su misión al encontrarse a diario con los hombres. Las reiteradas alusiones a su hora lo ponen de manifiesto (Jn.2,24; 4,23;7,2-9).

Jesús, cuando se despedía de los suyos para ir a la muerte, Jesús sintetiza toda su carrera en esta forma: “Salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo el mundo y voy al Padre” Jn.16,28). Esta salida (Lc.9,31) este pasar de este mundo al Padre es la acción de total entrega de Cristo en la misión redentora a favor de los hombres; (Jn.13,1). Este momento sublime de su entrega absoluta incluye su pasión y muerte junto con su resurrección y ascensión al cielo. Es el misterio pascual por el que Jesucristo “realizó la obra de la redención humana y la perfecta glorificación de Dios” (SC. 5).

La hora de Jesús es la de su entrega al sacrificio para la redención de todos (Mt,20,28; Jn.7,30). Es la hora de la glorificación de Dios. Jesús lo sabía. Por eso, al entregarse, oró de esta manera: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique a ti”…(Jn. 17,1-5). Jesús nació para morir, esta afirmación tiene en su caso un sentido especial y único. En relación con “su hora”, podemos afirmar que todos los momentos de su vida en el mundo estuvieron marcados con el signo de la muerte. Esta viva conciencia de su destino imprimió a su existencia temporal un marcado acento de dolor. En verdad Jesús fue el primero en “llevar la cruz de cada día”(Lc.9,23). Ello explica al mismo tiempo, la admirable unidad que resplandece en su vida. Jesús vivió su vida en plenitud. Sus días fueron plenos. Discurrían bajo la mirada del Padre, de manera profundamente humana (lc.2,52; Jn. 5,19-20).

Contemplar con fe al crucificado nos exige renovar nuestra fe, actualizar nuestra gracia y reactivar el compromiso apostólico de morir cada día a nosotros mismos. El sufrimiento educa al hombre. En la angustia el creyente recuerda a Dios y solicita su asistencia (Jue. 3,7-11; 6,1-10). Es también el dolor signo de predilección. Amigos e instrumentos de Dios acrisolados por el sufrimiento, a imagen del varón de dolores encarnados en Cristo crucificado.

Jesucristo, murió una sola vez para llevarnos a Dios, el justo por los injustos (1Pe 3,18). Como mediador entre Dios y los hombres, llevó a cabo su obra y la perfeccionó por medio del sufrimiento (Heb. 5,8-9). En lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin miedo a la ignominia. Así, abrazado con el dolor, con su amor  lo trasformó, convirtiéndose para nosotros en precio de redención y gloria.

La vida cristiana es comunidad de vida con Jesucristo y participación en sus sufrimientos. “Vivir en Cristo” significa padecer con Cristo para ser con Él glorificado (Rm.8,16-17). Para el discípulo, cuya suerte no puede ser mejor que la de su Maestro (Mt.10,24-25; Jn.15,20), el dolor sigue siendo instrumento de purificación y de expiación por los pecados, llamada constante a la fidelidad. Más por su incorporación al cuerpo de Cristo, sus sufrimientos alcanzan valor de redención. (Col.1,24). De esta manera, lo que fue signo de ira y exigencia de justicia, por obra de Jesucristo se ha convertido para el hombre en motivo de consuelo y bienaventuranza evangélica. En medio de las tristezas del mundo presente, el dolor cristiano es signo de amor y esperanza. (Mt,5,1-12).



MARIA, JUNTO A LA CRUZ DE JESÚS.

UN MODELO INSIGNE DE FE ANTE EL DOLOR DEL CRUCIFICADO

Pbro. Ángel Yván Rodríguez Pineda
 
 
 
 

 

            Por dos veces durante el año litúrgico, la Iglesia conmemora los dolores de la Santísima Virgen María el cual lo ubicamos durante la semana de Pasión y el 15 de septiembre bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores. La profecía de Simeón: “ Y a ti una espada te atravesará el alma” (Lc. 15,35), se actualiza en el recuerdo y la contemplación de la Virgen a los pies del crucificado. Esta imagen de la Virgen a los pies de Cristo crucificado, y la expresión de su firmeza ante tan inmenso dolor, atrajeron poderosamente durante la edad media la piedad del pueblo cristiano; lo cual tiene hoy también un contenido reflexivo en la piedad de hombre actual. María padeció con Jesucristo. Esta su “compasión” toca de cerca al misterio del redentor.

            En los comienzos del misterio profético hizo Jesús su primer signo en Caná de Galilea(Jn.2,1-11). María estaba allí. Su intervención fue decisiva para el milagro. Más la respuesta del Hijo tenía un alcance misterioso: “Mujer, ¿qué tengo yo contigo” Aún no ha llegado mi hora.

            María debió meditar en su corazón esta palabra. Y supo obrar en consecuencia. Desde su discreto ocultamiento durante toda la vida pública de Jesús siguió al Maestro en actitud de humilde discípula, siempre en espera de la nueva llamada del Señor. Y, definitivamente, llegada la hora de Jesús, ella fiel a la cita, otra vez estaba allí. “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre….” De nuevo ahora, como en las bodas de Caná, se oyó llamar: “Mujer”. La palabra mujer, guardada con especial fidelidad por el discípulo amado de Jesús, nos facilita el acceso al misterio de la colaboración de María a la obra de Jesucristo en el horizonte del plan divino de la salvación.

            La Virgen María se consagró totalmente a si misma, como la esclava del DSeñor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo Él y con Él por la gracia del Dios onmipotente. No se mantuvo en  actitud pasiva, no; cooperó activamente a la salvación de los hombres “por la libre fe y por su obediencia” (LG.56). Para esa cooperación, fue educada por Dios al ritmo de los acontecimientos, que ella vivió con plena actitud de Fe y entrega de corazón. Ya desde los primeros pasos de su Hijo – la huida a Egipto, la presentación en el templo, la perdida de Jesús a los doce años, la crucifixión de Jesús- , María se iniciaba en el doloroso aprendizaje. La observación del evangelista San Lucas es luminosa y nos hacen contemplar el temple de María como un modelo de Fe ante el dolor humano: “María por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2,19).

            María mujer de Fe, en íntima unión con el “único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1Tim.2,5), María ha sido constituida por Dios mediadora de salvación. En tal oficio, su quehacer está subordinado siempre al único Salvador, nuestro Señor Jesucristo (LG. 62).

            Al contemplar el momento de la crucifixión, nos relatan los evangelios: “Y uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza”…En este costado abierto vio San Agustín “la puerta de la vida de donde manaron los sacramentos de la Iglesia”. La Iglesia ha brotado del costado de Cristo. María ideal de la Iglesia, también siendo ella la Madre del Redentor, se nos presenta como modelo de fe en las distintas circunstancias de nuestras vidas.

            Del ccostado de Adán dormido formó Dios a Eva, “madre de todos los vivientes”. María salió también del costado del nuevo Adán, que dormía el sueño de la muerte. Para ser madre de todos los hijos de Dios que viven en Cristo Jesús. Hay en todo esto una maravilla de gracia y de belleza: Sí Jesús es “el fruto bendito de tu vientre”, María es fruto perfecto de la obra redentora de Jesús. Redimida por Jesucristo, es su colaboradora en la obra de la redención.